jueves, 15 de julio de 2010

AZUL,AZUL,AZUL...

¿Te imaginas tumbada en un colchón de hierba?
Alzas la mirada y sólo ves azul, azul, azul,... infinito y limpio azul.
Piénsalo.
Hoy en día no es fácil ver una extensión celeste sin nada que la interrumpa. Azul, azul, azul.
Tu cuerpo está relajado. Estiras brazos y piernas, sin forzarlos, pero que no quede un sólo músculo encogido. Con las palmas de las manos acaricias la fresca textura de tu particular colchón: es mullido y firme al mismo tiempo, terso y agreste a la vez.
Sigues viendo azul, azul, azul...
A tu nariz llega un cálido soplo de primavera y tu interior se inunda con aromas de azahar y hierba buena. Tus oídos se adormecen con las nanas de los árboles al mecerse; los pájaros hacen el coro y los grillos los compases más sonoros.
Sigues viendo azul, azul, azul...¿Por qué será tan azul? te preguntas.
Qué extraño es el cielo. Parece una superficie plana y completamente lisa, yo diría incluso pulida. Si no conociéramos todo lo que hoy sabemos sobre él creeríamos estar bajo un techo de metal pintado capaz de reflejar las distintas intensidades del sol.
Pero no, es mucho más que eso. Ya el contemplarlo es un auténtico placer, aún cuando sólo es azul, sin nubes, sin brumas, sin reflejos tornasolados, sin aves que lo crucen... azul,... despejado y monótono azul. Es tan relajante mirarlo. Deberíamos hacerlo más a menudo ¿no crees?
Simplemente mirar al cielo azul, azul, azul...

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